miércoles, 10 de octubre de 2012

El mal menor


Algo de razón tenía Adam Smith cuando hablaba de una fuerza invisible que actuaba en las economías de mercado. No es, en mi modesta opinión, una mano que regula y equilibra las transacciones financieras como él y después Keynes postularon. La fuerza invisible más fuerte en un sistema de libre mercado es la que ejercen los ciudadanos de a pie como defensores del mismo, a pesar de ser ellos indudablemente los más perjudicados por él, ya sea directa o indirectamente. Esto es, que son los propios miembros de una sociedad "liberal" (lo pongo entre comillas porque el nombre siempre me ha parecido de lo más paradójico: cuanto más "liberal" sea el mercado, menos libertad tienen que tener sus individuos) quienes defienden el sistema. Y lo más triste es que la inmensa mayoría no lo defiende con convencimiento después de un concienzudo análisis, sino que afirma que es "el mal menor". Esta fuerza invisible, unida al recelo natural del ser humano ante lo desconocido, protege al sistema de todo cambio, sin que realmente haga falta alguien que conscientemente se ocupe de esa tarea.

La cosa no acaba ahí, sino que los mismos que dicen lo del mal menor, suelen también tirar por tierra el socialismo (no confundir con lo que cierto partido pretende hacernos creer que es socialismo en este país, sólo porque lleva una S en sus siglas) o las políticas más de izquierda, afirmando tan alegremente que ese tipo de cosas "sólo funcionan sobre el papel". ¿Qué hemos de entender de esa sentencia? ¿Que lo que nos estamos tragando como unos gilipollas está funcionando bien en la práctica? ¿Qué es funcionar, y para quién? Y lo más importante, ¿se sobreentiende que aceptamos por tanto un sistema que no nos parece justo ni siquiera sobre el papel?. La respuesta a la última pregunta, para mi, es tristemente sí.

Me viene a la mente un momento en clase de Historia en el instituto, con 15 ó 16 años a lo sumo, en el que nos explicaban la Revolución Rusa de un modo que incluso a alguien tan joven e inexperto como yo le parecía bastante poco objetivo. En uno de los capítulos venía un fragmento del libro "Regreso de la URSS" de André Gide, en el que el autor hace una descripción de la sociedad rusa de la época. Recuerdo que a nosotros nos lo presentaron con un tinte que pretendía ser bastante negativo, y según creo a Gide no le convenció demasiado lo que vió así que bien podría ser cierta aquella interpretación. El texto es el siguiente:

Durante los meses de verano casi todo el mundo va de blanco. Cada uno se parece a todos. En ninguna parte como en las calles de Moscú resulta tan sensible el efecto de la nivelación social: una sociedad sin clases, en la que cada miembro parece tener las mismas necesidades. Exagero apenas. Una extraordinaria uniformidad domina la vestimenta; probablemente aparecería también en los espíritus, si tan sólo fuera posible verlos. De ahí también que cada uno es y parece alegre. Han carecido de todo durante tanto tiempo que se alegran por poca cosa. Cuando el vecino no goza de más, uno se conforma con lo que tiene. Únicamente un examen detenido hace aparecer las diferencias. A simple vista el individuo se funde aquí con la masa y está tan poco particularizado que parecería conveniente, para hablar de la gente, utilizar un partitivo, y en lugar de los hombres, decir: del hombre.

"Cuando el vecino no goza de más, uno se conforma con lo que tiene". Quedó grabada a fuego en mi memoria. Tal vez pretendía Gide resaltar la falta de ambición por lo material como algo negativo, y por ello lo expresa con ese "se conforma", pero a mis ojos y a mi entender aquello era algo a todas luces bueno. Unos cuantos años después estoy aún más convencido de ello si es posible. Pero releyéndolo hace no mucho, me llamó la atención otra idea: "Únicamente un examen detenido hace aparecer las diferencias". Me pareció algo fascinante, puesto que entiendo que trataba de representar el contraste absoluto con nuestra sociedad, que suponemos tan plural y tan libre. Pero no hay que ser muy avispado para ver que el mismo examen detenido en cualquier país capitalista mostraría que las aparentes diferencias entre los individuos no son tales. La pluralidad en nuestra sociedad se limita a comprar la ropa en Zara o H&M, en preferir Nike o Adidas, ser de la Playstation o de la XBox, Apple o Microsoft. PP ó PSOE. Barça o Real Madrid. ¿Diferencias? No hay más que caminar por el centro de cualquier capital europea para comprobar que las tiendas son exactamente las mismas en todas ellas, resulta casi escalofriante.

Creo que es deber de todos hacer un análisis crítico sobre cómo hemos llegado a tener ciertas opiniones y ciertas creencias, de dónde nos vienen y quién ha podido influirnos y por qué, y si es necesario replantearse las bases de nuestra sociedad, que lo es. Sobre todo teniendo en cuenta que un replanteamiento y una reestructuración más justa no ha de suponer un alejamiento del progreso tecnológico ni científico. Ni mucho menos. No hay que olvidar que el progreso está ligado a la curiosidad del ser humano, y al afán de conocimiento y superación, jamás a un sistema económico. Pero eso lo comentamos otro día.

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